miércoles, 22 de junio de 2011

Se enamoró locamente de sus defectos.



–¡Espera un momento! –dijo de pronto Ron–. ¡Se nos olvidaba alguien!
–¿Quién? –preguntó Hermione.
–Los elfos domésticos. Deben de estar todos en la cocina, ¿no?
–¿Quieres decir que deberíamos ir a buscarlos para que luchen de nuestro lado? –preguntó Harry.
–No, no es eso –respondió Ron, muy serio–. Pero deberíamos sugerirles que abandonen el castillo; no queremos que corran la misma suerte que Dobby, ¿verdad? No podemos obligarlos a morir por nosotros.
En ese instante se oyó un fuerte estrépito: Hermione había soltado los colmillos de basilisco que llevaba en los brazos. Corrió hacia Ron, se le echó al cuello y le plantó un beso en la boca. El chico soltó también los colmillos y la escoba y le devolvió el beso con tanto entusiasmo que la levantó del suelo.
–¿Os parece que es el momento más oportuno? –preguntó Harry con un hilo de voz, y como no le hicieron ni caso, sino que se abrazaron aún más fuerte y se balancearon un poco, les gritó–: ¡Eh! ¡Que estamo en guerra!
Ambos se separaron un poco, pero siguieron abrazados.
–Ya lo sé, colega –dijo Ron con cara de atontado, como si acabaran de darle en la cabeza con una bludger–. Precisamente por eso. O ahora o nunca ¿no?


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